Un espectro bien conocido y, a su vez, temido en la sierra peruana, es el condenado.
El condenado es el fantasma de una persona que murió
dejando una cuenta pendiente que hace que vague y pene hasta que salde su cuenta.
Tal vez la venganza o un juramento de amor o tal vez
mucha congoja en su funeral hacen que el difunto sea un condenado.
La única manera que el condenado se libere es devorando a
la persona con la que tiene algo pendiente.
La persona con la que hizo un juramento, o la que le debe
un favor o le mató o le robó, etcétera.
Sin importar cuál sea la razón, el condenado vaga por los
caminos o por el campo, atacando a la persona si ésta se dirige al lugar en
dónde pena o incluso el condenado visita a la persona hasta donde ella vive.
En el Perú, los cuentos y leyendas sobre los condenados
abundan.
Es por eso que hoy les compartiré cinco relatos acerca de
condenados, de los cuales tres relatos los encontré en un libro y los dos
restantes son relatos que me contó un amigo cuando estábamos en el colegio.
En el libro Almas en pena: Relatos sobre condenados y
aparecidos de nuestra tierra hay varios relatos sobre condenados.
Yo les contaré tres relatos de condenados que encontré en
este libro.
Disfruten de estos relatos que tratan acerca de los
condenados.
Condenado de la
vaquería de Llac Yaymay
Érase un matrimonio que vivía en San Agustín, con sus
tres hijos.
El esposo se fue de viaje a Lima pero en el regreso le
dio un cólico y falleció. Lo enterraron allí donde perdió la vida, un lugar
llamado Tambo de Perros, por el desierto por donde se iba a Lima hace tiempo.
La señora se enteró de la desgracia y estuvo acongojada,
llorando en su vaquería, que quedaba en el pueblo de Llac Yaymay.
En una noche, llegó un hombre a la vaquería. La señora se
valió de una lámpara y alumbrando al extraño se dio cuenta que era su difunto
esposo.
Ella, sorprendida pero a la vez contenta lo recibió
amorosamente, pensando que era un sueño. Además, ella no había visto el cuerpo
de él.
El señor le dijo que tenía hambre y ella le dio de comer
mazamorra. Ella notó que la mazamorra estaba derramada en su pecho.
Cuando él le pidió que le diera agua, ella le contestó
que habría que buscar agua y él le dijo que vaya con su cordón.
La señora se dio cuenta que su esposo era un condenado.
Al salir la señora, el cordón le dijo a ella que su
esposo era un condenado y que se fuera a Puente Viejo porque allí hay personas.
Antes de irse la señora a dicho sitio, el cordón le pidió a ella que lo ate en
un árbol para que el muerto se demore buscándola.
El condenado vio que la señora se demoraba y decidió ir
tras ella para comérsela.
Llamó a su cordón y este le dijo que estaba atado. El
condenado fue tras él para desatarlo y ponérselo, porque el cordón le daba
movilidad y con él podía rastrear a los vivos donde estuviese que esté.
El condenado ya se estaba aproximando a su esposa.
Finalmente, la esposa llegó a Puente Viejo y allí vio a un grupo de viajeros,
ya que ese punto era un lugar obligado de parada que era usado por los viajeros
que iban de San Agustín a Lima. Allí paraban para comer y recoger sus avíos y
de ahí madrugaban para continuar el viaje.
La esposa se les acercó y les pidió, muy desesperada, que
la escondan de un muerto que la viene persiguiendo. Ellos la escondieron en sus
acémilas, tapándola con los aparejos de sus acémilas.
Justo en ese momento, apareció el condenado.
El condenado se percató que su esposa estaba escondida
entre los animales pero al ver la barrera de viajeros que había en torno a las
acémilas se atrevió a pelear con los viajeros.
Los viajeros se defendían golpeándolo con sus estribos
que tenían esquinas de níquel o de plata.
Cuando el condenado recibía golpes, salía candela de su
cabeza. Así pudieron dominar al condenado.
El condenado se marchó pero antes de irse pronunció que
su esposa lo había condenado por su congoja.
Cuando el muerto se fue, los viajeros acompañaron a la
señora a su casa, ya que, ella quería ver cómo estaban sus tres hijos.
Pero cuál fue su sorpresa cuando vio que no estaban. En
su lugar, ella encontró huesos, huesos de niños introducidos en los huecos de
las paredes de la casa.
El condenado se había comido a sus hijos.
El chico que no
quiso comer
En un pueblo de Cusco, había una señora que vivía con su
hijo. Sus criados le servían la comida primero a él. Él siempre se acostumbró a
comer siendo su planto servido antes que el de los demás.
En una fiesta que su madre hizo se preparó un gran
banquete. Vinieron varios convidados, entre ellos el cura.
A la hora de comer el chico se sentó al medio. La señora
le sirvió la comida primero a él pero el niño por la posición de su asiento no
vio que le sirvieron primero y se puso triste.
Todos comieron pero el chico no comió, pensando que su
madre lo había olvidado.
El chico se levantó de la mesa y cabizbajo salió. No
volvieron a ver al chico.
El chico se había desaparecido. Su madre lo mandó buscar.
Una de las empleadas fue a una casa derruida y allí encontraron al chico. El
chico se había contrapesado con una piedra y estaba colgado de una faja que su
mamá le había obsequiado y que él amarró en su cuello. Se había ahorcado. Su
lengua se le saltó por la boca, muy horriblemente.
Ella se asustó y se lo contó a su señora quien no lo
creyó pero al verlo ella misma lo comprobó.
Después que lo enterraron, el alma del niño comenzó a
penar. En las noches, el condenado comenzó a vagar por las afueras de la casa
de su madre, lamentándose, culpándola a ella por haberle dado el primer plato
en la mesa y por ello se convirtió en condenado y que la llamaba para que penen
juntos.
Ella, temerosa que él se la lleve, se hizo de crucifijos,
escapularios e imágenes de santos y vírgenes con los que adornó su cuarto.
El condenado, a la noche siguiente, volvió y le dijo
lamentándose que ella corrió con mucha suerte pues los santos la protegen.
Ella se lo contó a la mañana siguiente al párroco y él le
dijo que no se debe dar el primer plato a los niños pues eso los hace penar.
Durante tres noches, ella rodeada con las imágenes religiosas rezaba y rezaba.
Eso la salvó.
El juramento
Había una pareja que se amaba muchísimo. El chico le
prometió a ella que si él moría primero, él se la llevaría.
Sus padres se oponían a la relación, por lo que ellos
decidieron escaparse. Así lo hicieron y se encontraron fuera del pueblo. El
dinero que trajeron no les alcanzaba para mucho. Ante el apuro que pasarían por
la escasez de dinero en un par de días, él joven decidió ir a su casa para
robarles a sus padres, con la esperanza que encontrar un monto que les permita
aguantar algunas semanas.
El joven ingresó a su casa ya muy entrada la noche. Él
sabía dónde está el dinero. En eso, varios paquetes de lana se cayeron sobre el
joven, aprisionándolo. El chico comenzó a gritar.
Los padres se levantaron. Su padre había cogido un hacha
y sin encender la luz le atinó un certero golpe que mató a su hijo. Eso lo hizo
pensando que era un ladrón.
Al día siguiente, los padres vieron el cadáver y se
dieron cuenta que el ladrón era en realidad su propio hijo. Ellos lo lloraron y
lo enterraron.
La chica estuvo esperando toda la noche anterior a su
enamorado sin saber que él había sido victimado. Ella siguió esperándolo.
En esa noche, se le apareció el joven. En realidad era el
alma de su enamorado quien quedó atrapado por el juramento que hizo.
La chica comió pero el chico no comió nada. Es más andaba
muy callado.
Tras comer, él le dijo que debían caminar mucho,
apartarse del pueblo. Caminaron hasta que la mujer ya no pudo más. Decidieron
pernoctar cerca. En eso vieron una casa. La jovencita se fue a pedir al dueño
que les dejasen dormir pero el chico le dijo que fuera ella nomás, que él se
quedaría a dormir afuera.
La chica le explicó su situación al dueño de la casa,
quien era una señora. La señora les preparó un mate, una bebida hecha con
hierbas, muy caliente. Bebieron el mate y la chica decidió dormir afuera con su novio, aun cuando ella
quería dormir dentro, en la casa.
La señora, después de un rato, se acercó hacia ellos para
verlos y cuál fue su sorpresa cuando vio que el novio exhalaba unas lenguas de
fuego por la boca.
Al dia siguiente, la señora le habló en privado a la
chica, diciéndole que el novio de ella, de la chica, era un condenado y que la
lleva al infierno. Le dijo que él seguro se la llevará para que ella rece por
él y luego se la comerá.
Ella le regaló una soga, un peine, una aguja y una
tijera. Le aconsejó, por último, que lleguen a la orilla del río y que ella lo
ate a él a su espalda, para convencerlo que cruce porque él seguro no va a
querer cruzar el río. Una vez que esté en el río con su enamorado en su
espalda, ella debería soltarlo y echarse a correr. Y cuando corra lance al
suelo las cosas que ella le dio, uno por uno. Ella asintió y se lo agradeció.
Se despidió de ella y continuó la marcha
con su enamorado.
Al llegar a un río, la chica convenció a su enamorado
para que se deje atar a su espalda y así cruzar el río, ya que él se negó a cruzarlo
caminando, tal y cómo la señora lo anticipó.
El enamorado se dejó atar con la soga y la chica cruzó el
río. En la mitad de la corriente, ella desamarró la soga de su espalda y el
chico cayó al río. Entonces ella llegó a la otra orilla del río y el condenado
le gritó “te voy a comer” mientras era arrastrado por la corriente del río.
La mujer corrió siguiendo un camino en la orilla del río.
El condenado pudo llegar a un islote, donde se desató las manos y comenzó a
perseguirla.
Ella, al ver que el condenado se aproximaba, botó el
peine al suelo y se convirtió el peine en un obstáculo. Tras superarlo, el
muerto remontó distancia. La mujer botó la tijera y esta se convirtió en un
peñasco. Sucedió lo mismo. El muerto remontó la distancia y cuando iba a
alcanzar a la chica, ella lanzó el último objeto: la aguja, la cual se
convirtió en una masa de agua.
Aunque esos obstáculos fueron superados, le dieron un
tiempo valioso a la chica en su persecución.
Ella vio a unos hombres que venían con piaras de mulas y
varios peones.
La mujer les pidió que le ayuden a esconderse de un
muerto que la perseguía. Ellos la escondieron entre los animales. La taparon
con odres que contenían alcohol.
El condenado comenzó a pelear con los hombres debido a
que ellos le obstruían el paso a las mulas, ya que olfateaba que la mujer
estaba allí.
El condenado terminó hecho un amasijo de carne y huesos.
Los hombres juntaron sus restos y lo quemaron. De entre las cenizas salió
volando una paloma blanca, la cual era el alma del difunto pero ya librada y
salvada de su condena. La paloma dijo que por el juramento que hizo con su
enamorada se condenó pero que ellos lo salvaron. Tras decir ello remontó el
vuelo.
En los relatos que escucharon, notaron como algunas cosas
fantasiosas entraron en escena, e incluso, se repitieron en dos relatos. Lo más
seguro es que son elementos y variaciones que las personas decidieron agregarle
para mostrar enseñanzas.
Sin embargo, creo que hubo apariciones de estos espectros
en toda su dimensión, sin cuotas de fantasía agregadas.
Esos relatos no son los únicos que escucharan.
Hay relatos de la aparición de estos espectros contados
sin mucha fantasía, algo más verosímiles y más aterradores.
Para cerrar con broche de oro este video, les compartiré dos
relatos que me contó un amigo del colegio hace once años.
RELATOS DE
MI AMIGO
En el 2004, en una tarde en que no había clases, mi amigo
del colegio, nivel secundaria, me contó dos historias de espectros. Los dos
ocurridos en un pueblito del departamento de Ayacucho.
El primer relato trata de que un grupo de personas iban
caminando por camino en el campo. Era de noche. Uno de ellos estaba bien
borracho, tanto que se quedó dormido en el camino. Las personas trataron de
hacerlo despertar pero en eso escuchan a lo lejos un griterío y pasos de
personas que se acercan hacia ellos. Ellos desconocían quien podía ser y
reparando en que eran ánimas decidieron esconderse tras unos arbustos detrás
del camino. Intentaron llevarse al borracho pero como no podían decidieron
echarle una manta para que lo cubra, al sentir la proximidad de las supuestas
personas.
Los viajeros, escondidos, vieron quienes eran los que se
acercaban. Eran unos condenados, unos diablos que hablaban y cantaban, con un
aspecto que daba horror a quien los miraba.
Ellos no se percataron del borracho y siguieron de largo
por el camino, perdiéndose.
Al escuchar sus voces ya lejos hasta casi desaparecer,
las personas salieron de los arbustos y decidieron llevarse al borracho antes
que regresen los condenados. Cuando levantaron la manta, vieron que el muerto
era ahora un esqueleto. Los condenados se lo comieron y se llevaron su alma.
El segundo relato trata de un vecino que siempre compraba
en la tienda de un señor. Era su casero porque siempre compraba allí. Como
siempre le compraba, hubo una gran amistad entre ellos. En una ocasión el
vecino le juró que siempre le compraría a él. Luego de un tiempo, el tiendero
murió. Hubo una tristeza por el vecino por perder a un amigo pero ni modo, la
vida debía continuar. Hizo sus labores normales y las compras del mercado.
Claro, él tuvo que comprar en otro sitio, ya que ni modo
que le compre a un muerto.
Sin embargo, él no reparó en las consecuencias por ese
juramento y por el desobedecerlo.
En una ocasión, ya en la medianoche, el vecino escuchó
unos quejidos y lamentos en su casa.
De pronto, se le apareció el espectro de su casero. Él le
hizo acordar de su juramento así como él lo rompió, obligándolo a penar. La
única forma de liberarse era comiéndolo. El vecino, aterrado, salió huyendo de
su casa, perseguido por el condenado. Sin importar que tanto corrió, el
condenado siguió persiguiéndolo hasta que, finalmente, lo alcanzó y se lo
comió.