Continuando con la serie Especial Libros, les comparto
una serie de relatos del libro “Mitos y leyendas de Cañete y Yauyos” de Cleto
Aguado Gutierrez.
Espero disfruten los relatos que a continuación comparto.
CERROS ENCANTADOS Y LAGUNAS EMBRUJADAS
El pozo de la calzada
A poca distancia del distrito cañetano de Cerro Azul, en
el camino al distrito de San Luis, hay un paraje llamado La Calzada. Por un
cerro próximo corre una acequia.
El origen de esa acequia causa revuelo y miedo.
Hace décadas, un ciudadano inglés, muy acaudalado, el señor Renycke, se estableció en San Luis.
Por ese entonces el pueblo de San Luis no se había fundado.
Vio que había necesidad de una acequia para regar esas
tierras y convertir esa tierra en una prospera villa. Se dice que él le vendió
su alma al diablo a cambio de que aparezca una acequia. Así se cumplió el
pacto. Al poco tiempo, el señor Renycke falleció. Cuando lo velaban, apareció
un perro que tiene los ojos como dos fuegos y se apagaron las luces. Algunos
acompañantes se desmayaron.
Cuando regresó la luz, se dieron con la sorpresa que el
cuerpo no estaba allí. El diablo se lo llevó en cuerpo y alma.
La laguna encantada
En un lugar cercano al distrito de San Luis de Cañete,
hay una pequeña laguna, cuyas aguas son calientes, en las que nadie se puede
bañar, porque sale un raro animal de en medio de la laguna y empieza a dar
vueltas formando espuma, oyéndose luego, como a lo lejos, acordes de una marcha
guerrera.
Se cuenta que el agua cambia de color, razón por la que
muchos pastores no la han vuelto ver por segunda vez, ya que, esta desaparece.
La misma persona sólo la puede ver una sola vez.
Higo laguna
Un lugar amplio denominado “Paruco” está reverdecido
permanentemente por los potreros de alfalfa y huertas con plantaciones de
higueras, nísperos, granadillas y blanquillos que son regalados con las
cristalinas aguas provenientes de Higo Laguna, de apariencia hosca que se halla
casi escondido entre promontorios naturales y espesa vegetación silvestre.
Cuenta la tradición que esta laguna es encantada, pues en
las noches cada cierto tiempo conversa con un pequeño manantial cercano “Sauces
Puquio” del que recibe sus aguas, a la vez que es un lugar donde aparecen
extraños personajes y animales. Una de esas apariciones es la de un gallo que emerge
parado en una roca, en el medio de la laguna en épocas de la luna llena a
medianoche.
Tras cantar tres veces el gallo, se escucha el tañer de
una campna y las notas alegres de una banda musical a cuyo ritomo aparecen
bailando unos diminutos hombres y mujeres encantados disfrazados de Machines y
Chunchas, personajes de un baile tradicional del lugar.
Los habitantes del lugar recomiendan que a la hora que
suceden estas apariciones (la hora de la laguna) la gente no debe pasar puesto
que nadie se salva de verla y muere a las pocas horas gateando como si se
tratara de una fruta podrida.
La laguna de tupinachaca
el cerro Tupinachaca es conocido por el pueblo de Tupe
como su cerro guardián y protector, su Apu.
Se cuenta que un niño pastor llamado Pedro estaba
arreando su rebaño de ovejas y cabras para apacentarlos en los pastizales de
las inmediaciones del cerro Tupinachaca.
Al mediodía decidió aprovechar para comer su fiambre.
Es un remoto paraje, muy silencioso.
Allí él se quedó dormido. Al anochecer, sus familiares lo
comenzaron a buscar, ya que él no había regresado.
Su padre lo fue a buscar, llegando al sitio donde el niño
se quedó dormido. Pedro no estaba allí sino sólo su manto.
La búsqueda del niño continúo en los siguientes días. A
la semana, el padre encontró al niño en las agrestes estribaciones de un cerro,
el cerro Tupimachaca, casi irreconocible, con un cuerpo escuálido,
desfalleciente y con dificultades para hablar. Su padre le preguntó qué le
pasó, adónde se fue.
El niño le contó que
estaba durmiendo y se le apareció en su sueño un hombre blanco que lo
llevó a un lujoso palacio, dónde comió mucha fruta y en eso se despertó y
estaba allí con su padre.
Su salud se agravó tanto que murió días después. El
encanto del cerro lo mató.
Lo curioso del caso es que en las rocas del cerro
Tupinachaca es notoria la figura de un hombre pintado de color rojo además de
otro dibujo de un hombre también de rojo, con un poncho y una flecha. ¿Será,
acaso, el diablo?
La laguna de coayllo
En el distrito de Coayllo existe una quebrada llamada
Piedra Huaca donde hay una laguna, la laguna “La Melancolía” que presenta un
aspecto tenebroso.
Pese a decirse que estaba encantada, un hombre se atrevió
a ir a la laguna. Fue acompañado de su perro y un gallo.
Después de una larga caminata, se sentó a comer su
fiambre. De pronto escuchó el tañer de una campana, además escuchar notas de una
banda musical.
Sin reparo, reinicio su marcha a la alguna. Al llegar
allí, encontró que en el ella nadaban unos patos. Quiso atraparlos pero
súbitamente sintió nauseas a cada intento.
Pasó la noche intentando dormir pero no pudo por los
interminables ruidos espantosos que escuchaba, además de lo que vio. Caballos
plateados cabalgados por extraños jinetes. Toros embravecidos que salían de los
socavones cercanos, que corrían en torno a laguna y se sumergían en sus aguas.
Al ser la medianoche, el lugar empezó a incendiarse y en
su huida, el señor corrió pero intempestivamente se vio atrapado en la
gigantesca boca de una inmensa serpiente.
Cantó el gallo y la serpiente se quedó convertida en
piedra.
El hombre pudo salir y llegó a su pueblo, dónde, tras
contar lo que vivió en la laguna, murió.
Duendecillos
Esta leyenda es propia de la provincia de Cañete.
En un lugar cercano al actual pueblo de Pacarán, están
las ruinas de un antiquísimo adoratorio indígena. Allí, a partir de la
medianoche, salen de entre las ruinas arqueológicas y de las plantas de pacae,
viñedos y platanales de las chacras de su alrededor, unos duendes,
particularmente en la temporada de cosechas.
Eran estos duendes unos enanos con la cabeza totalmente
ausente de cabello. Se descuelgan de las ramas de los árboles frutales. Era un
lugar temido por las personas y nadie osaba acercarse si es que no quería ser
asustada por los duendes.
El cerro negro y los uchuchullkos
Esta leyenda es particular de la provincia de Yauyos.
A dos leguas del pueblo de Aquicha, en la jurisdicción de
Huantán, se eleva el cerro “Negro”, cubierto predominantemente por piedras
negruzcas que le dan un color oscuro, donde existe una misteriosa tinaja que
contiene casi permanentemente aguas cristalinas. Lo interesante del caso es que
tiene por dueños no a seres humanos, sino a unos hombrecillos barbudos,
llamados Uchuchullkos. Estos viven cerca de las lagunas y en los cerros
elevados. Ellos poseen grandes rebaños de vacas, vicuñas, venados, ovejas y
llamas en estado silvestre, siendo su ganado también de una estatura pequeña.
Son una raza de hombres y mujeres los Uchuchullkos.
Cuando la gente ve su peculiar ganado, los animales se
esconden debajo de unas piedras, sentándose encima sus pastores, hasta que se
retire la gente extraña. Se les encuentran a esos hombres y a su ganado en los
sombríos parajes de Matarcocha, Chocpaniso y Huauche, lugares cercanos al cerro
negro.
En los días del Corpus Christi, esos hombrecillos
preparan en cerro negro una curiosa exposición de productos, dulces, frutas,
etc.
Las personas que pasan por esos lares en esa época, son
halagadas por los Uchuchullkos, pero al aceptarlos, ellos ya no pueden regresar
sino que se quedan como pastores de sus ganados. Se dice que esas personas que
aceptaron esos fiambres ya no volvieron nunca más a sus casas.
La herranza de los uchuchullkos
Hay relatos de las herranzas que realizan los
Uchuchullkos a sus ganados allá en las frígidas cumbres andinas, donde están
sus rusticas casitas construidas de piedras y que se aprecian aún en la
actualidad.
Un ganadero del pueblo de Tupe, llamado Simón. Fue
pastando su ganado junto con él al lugar llamado Armurpata. Al legar a una
pampa miró a lo lejos que de un corral humeaba una fogata. Se acercó invadido
por la curiosidad y vio con sorpresa a gente diminuta. Los Uchuchullkos.
Él, preso del pánico, emprendió veloz huida, pero los
Uchuchullkos lo detuvieron, invitándole a su reunión. Ante tanta gentileza se quedó.
Había gran cantidad de comida, carnes, frutas, tubérculos, etc. Había barriles
de pisco.
La herranza no es sino el ritual de cortarles una porción
de las orejas para distinguir los ganados. La herranza fue amenizada por la
música andina proveniente de la corneta, tinya y flautas.
Cuando terminó toda la ceremonia, Simón decidió
despedirse y los Uchuchullkos le regalaron un fiambre lleno de pachamanca.
Cuál fue su sorpresa cuando abrió su alforja encontró
sólo piedras y carne. Ello hizo que apresurara sus pasos antes que caiga la
noche.
Se dice que estos diminutos hombres protegen a los
animales salvajes de las serranías de Yauyos. Cuando hay un cazador que está
cazando vicuñas y venados, le aparecen en sus orejas unas marcas. Esto prueba
que el Uchuchullko está molesto con él.
El guayabo
Esto sucedió en la capital de Cañete, San Vicente de
Cañete.
En el antiguo camino de San Vicente a la hacienda El
Chilcal, a un costado de la acequia llamada San Miguel, existía una enorme
planta de guayabo, que a partir de la
medianoche se caía al suelo cada cierto tiempo y sus raíces a flor de tierra en
la oscuridad de la noche se movía semejante a gigantescas serpientes, lo que
causaba espanto e impedía todo intento de paso de cuantas personas y vehículos
se acercaban por el único camino.
Un día de estos hechos, un grupo de trabajadores de la
hacienda el Chilcal, aprovecharon su descanso decidieron acudir a este lugar
provistos de sus herramientas de trabajos como machetes, hachas, picos y palas
para eliminar aquel estorboso árbol. Ya ante el árbol de guayabo, ellos
cortaron sus raíces y cuál fue su sorpresa que encontraron debajo de la
excavación a una inmensa serpiente de siete cabezas que cuidaba celosamente
unas tinajas llenas de monedas de oro y plata.
Sin pensarlo, mataron al animal y se repartieron el
tesoro. Sin embargo, las monedas
comenzaron a desaparecer hasta que todos se quedaron con las manos vacías.
Dijeron que el tesoro estaba endemoniado.
La costurera
Esta historia es propia de un pueblo de Cañete.
Hace muchísimos años, vivía en el distrito de Pacarán una
costurera que tenía por costumbre quedarse hasta avanzadas horas de la noche
realizando los trabajaos propios de su actividad.
En cierta oportunidad, estuvo cosiendo hasta pasada las
doces de la noche y de pronto escuchó extraños murmullos de gentío en la calle.
Esto le dio curiosidad por saber de qué se trataba. Al salir de su casa, vio
que una muchedumbre se acercaba a su establecimiento. No conocía a nadie, ya
que las personas tenían cubiertas las cabezas con mantos negros. En sus manos
sostenían velas encendidas. Esa procesión avanzaba, lentamente.
Una de las mujeres le entregó una vela. Ella la guardó
debajo de su almohada. Al día siguiente, la vela ya no estaba. En su lugar,
estaba una canilla de muerto.
Misteriosa bola de fuego
Esta historia es propia de un pueblo de Cañete.
A pocas leguas hacia el norte del distrito de Quilmaná,
se yerguen dos elevadas cumbres que se conocen con los nombres de Cerro La
Cuchilla y Cerro Peinado por sus características orográficas muy peculiares, en
cuya parte baja aún existe en estado de abandono la antigua carretera
Panamericana Sur hacia Lima.
Cuenta la tradición, que desde mucho antes de la fundación
del pueblo de Quilmaná, se veía rodar de la cumbre del cerro Peinado, una
extraña bola de fuego a gran velocidad, rebotando en dirección a las áridas
pampas de Quilmaná, hecho que se producía durante las noches con bastante
frecuencia, particularmente en los meses de Febrero y Marzo, meses calurosos,
típicos de verano.
El fenómeno llegaba hasta las inmediaciones de las
escasas rancherías de esteras y carrizos que ocupaban los pocos moradores del
lugar. Muchos huían ante tal escenario macabro.
Al pasar los años, un grupo de moradores decidieron ir al
lugar de las apariciones, más que nada despertados por la curiosidad y el
interés de desentrañar tal misterio.
Tras escalar las abruptas faldas del cerro, esperaron,
pero en vano. No vieron nada. Desilusionados, se regresaron cada uno a sus
casas.
Nunca se supo que era. Sin embargo, según he oído de
historias de bolas fuego, no hay dudas que se trataba de una bruja.
ESPECTROS FEMENINOS
Las lloronas
Esta tradición es de Imperial y San Vicente, distritos de
Cañete.
En las noches era común que se aparecieran por las calles
de esos dos distritos a unas entidades femeninas conocidas como Lloronas. Estas
eran mujeres que tenían pecados graves por convivir con sus compadres o
parientes. Para salvarse penaban sus culpas vagando, en la soledad de la noche.
En las noches de luna llena, preferentemente, estas
mujeres hacían su aparición con vestidos negros que le cubrían el cuerpo y
mantas que le cubrían su cara. Se sabía por qué calle estaban pasando esos
espectros porque ni bien caminaban las lloronas, automáticamente los perros del
lugar por donde pasaban aullaban.
Estas mujeres proferían gritos y gemidos lastimeros,
aunque, antiguamente, las lloronas gritaban de manera desgarradora, botando
fuego por la boca.
Los desafortunados que caminaban por las calles de noche,
generalmente personas que regresaban de una fiesta, se desmayaban del susto.
Mujer de coton verde
Esta tradición es de Yauyos.
En un lugar entre los pueblos de Huañec y Quinches está
Pongosh, conocido paraje donde los antepasados de estas comarcas pactaban y
dirimían sus lances de honor. A poca distancia de este sitio existe una cueva
y, según cuentan, allí se aparece una mujer que viste una prenda llamada Cotón
que no es sino una prenda de lana en forma de túnica, la cual sólo se le
aparece a solitarios hombres enamorados que pasasen cerca de dicha cueva.
La mujer adopta la figura de la enamorada del
interceptado y le dirige palabras cariñosas. Luego, ella le invita a que la
acompañen hacia la cueva, el lugar encantado. Cuando el engañado se da cuenta
de la farsa que en realidad se está dirigiendo al engaño del fantasma, la mujer
se enfurece con el hombre e intenta llevárselo a empellones o a rastras o a
incluso a golpes. Cuentan, que si el hombre no pronuncia el nombre de Dios, él
puede quedarse encantado. En cambio, si lo pronuncia, la mujer desaparece al
instante.
Siempre se aparecía esta mujer al mediodía en épocas de
invierno, en las tardes de espesa niebla y en las noches de luna llena.
Esta es una historia que se cuenta en un pueblito de Yauyos.
El nevado Ancovilca tenía por dueña a una ñusta, una
princesa inca, la Ñusta Mama Culi.
Ella tenía centenares de ganado auquénido disperso en los
parajes y corrales de la quebrada de Yupanca en la jurisdicción de Miraflores.
Un grupo de jóvenes no muy trabajadores de Huaquis
organizaron una cuadrilla para enamorar a la ñusta pero siempre fracasaban. La
ñusta Mama Culi iba ricamente ataviada, acompañada de un perrito blanco.
En una ocasión, un mancebo de Huaquis organizó una
caravana para enamorar y conquistar a la princesa. Incluso se quedaban a
pernoctar en las frígidas cumbres desoladas. En una noche de luna llena, él fue
solo a la cumbre. Al aproximarse al nevado Ancovilca vio a Mama Culi bailando y
cantando.
Cuando el muchacho se acercó, el ganado se sumergió en
las aguas de la laguna “Ahuay”. Él corrió para detener a Mama Culi, quien se
iba a sumergir en la laguna, pero una espesa neblina le cubrió le cubrió en una
aparentemente oscura noche silenciosa, cayendo inconsciente al suelo.
Un pastor, tras varios años después, lo encontró
durmiendo en la vera del camino con los brazos extendidos en forma de cruz. Él
se despertó de su sueño y no dejó de balbucear “Mama Culi…Mama Culi”. El joven
regresó al pueblo pero ya su salud estaba tan debilitada que falleció al poco
tiempo, mientras repetía “Mama Culi…Mama Culi”.