La Santa Compaña no es un
fenómeno sólo de Galicia o de España. También han sucedido casos en algunos
países de América Latina. Incluso hasta ha salido impreso en una obra de un
famoso escritor peruano.
En esta oportunidad voy a
compartir la tradición de la procesión de las ánimas del escritor peruano
Ricardo Palma pero no será el único relato que cuente, ya que les contaré dos
experiencias reales con procesiones de muertos.
La procesión de las ánimas en la literatura peruana (Tradiciones Peruanas)
En el libro Tradiciones
Peruanas del afamado escritor peruano Ricardo Palma podemos encontrar una
tradición que nos revela que en Lima se producía el fenómeno de la Santa Compaña.
Dicha tradición tiene por nombre “La procesión de ánimas de San Agustín”.
Esto sucedió en la Lima
Virreinal.
En la época de la colonia,
precisamente en 1640, el alcalde de Lima Alfonso Arias de Segura, un hombre
imparcial en su sentido de justicia y aplicar la ley, inculpó a un lego agustino,
llamado Cominito, de un crimen. porque lo encontró en el lugar del crimen.
Dicho lego era inocente pero el haberse quedado en el lugar del crimen para
socorrer a la víctima fue suficiente, según Arias de Segura, para demostrar que
era culpable y por tanto, debía morir. El señor alcalde sentenció pena de
ahorcamiento. El inculpado fue ahorcado y con ello la sentencia fue cumplida.
Sin embargo, en esa misma
noche, el juez recibió una carta del homicida, quien se hacía cargo del
asesinato del victimado y pedía que libere al inculpado, que horas antes había
sido ejecutado.
El alcalde, quien se jactaba
de ser justo e incorruptible, se turbó por haber actuado de manera tan injusta
y salió al balcón para respirar tras sentiré mareado.
En eso sonó la campanada de la
medianoche. Cual fue la sorpresa del alcalde al ver salir del interior de la
iglesia que estaba al lado de su casa a una larga procesión de frailes que
portaban cirios encendidos que se pararon enfrente de ellos y pudo distinguir
por la mortecina luz de las velas que se trataban de esqueletos cubiertos de
túnicas. Estas ánimas le increparon por esa actitud tan injusta de proceder y
apenas se retiraron, el juez se desmayó y fue encontrado a la mañana siguiente
en el frío piso del balcón, desmayado. Hubo dos mujeres de edad mayor que juraron
haber visto a la procesión. Ese alcalde decidió dejar la alcaldía y se entregó
a una vida monástica que cómo era frecuente en esa época para purgar culpas y
pecados.
En la misma tradición,
encontramos otro relato. Se rumoreaba que en la misma ciudad de Lima, Perú,
para ser más concreto en el barrio de San Francisco, salía una procesión de la
capilla de la Soledad. En una ocasión, una mujer se asomó y vio la procesión
que pasaba por su puerta. Todas las
ánimas al pasar por su lado le dejaron encomendado sus cirios, por lo que ella
alcanzó a guardar centenares de velas.
Al día siguiente se levantó
para hacer negocio vendiéndolas, pero se dio tremenda sorpresa al ya no
encontrar los cirios sino que halló en su lugar decenas de huesos.
La mujer sabía que esa misma
noche se la llevarían, por lo que decidió confesarse ante el sacerdote quien le
aconsejó que escondiera debajo de una manta a un recién nacido y en el momento
en que vinieran a llevársela, ella pellizque a la criatura para que ella
llorase y así las almas no tuvieran que cargar con el bebe.
Esa misma noche, se presentó
el cortejo fúnebre en la puerta de su casa y ella hizo así cómo le
aconsejó el sacerdote y ella se salvó
por ese truco.
Tras haber relatado la
tradición de la procesión de las ánimas, permítame contarles dos relatos sobre
La Procesión de muertos.
El primero es un relato que me
hizo saber el suscriptor Ziu Zihueta Mini Valencia de México. Lo contaré a
manera de entrevista.
Mi vecina me contó una vez que en una reunión de la familia de su hermana, creo era una fiesta, la suegra o suegro de mi hermana veía un tanto lejos una procesión así como la que describes de la santa Compaña, y les decía pero nadie podía verla y tiempo después aquella personas que la vio falleció mas o menos como entre 6 o 8 meses.
El segundo y último relato es
sobre la experiencia que le sucedió a mí papá.
En la ciudad de Andahuaylas,
Perú, mi padre había comprado una vasija prehispánica a un ciudadano francés
que obtuvo tal pieza en una excavación por el lugar.
Mi padre vivía en una casa que
antes fue un monasterio donde penaban. Él puso la vasija en la cocina. Él me
cuenta que la vasija tenía una particularidad excepcional: si ponías una moneda
dentro de la vasija, encontrabas luego que había dos o más.
Después de ello, vino una
experiencia que provocó una animadversión a la vasija.
En una noche, mi padre se
despertó tras escuchar unos ruidos que provenían de la cocina. Mi padre estaba
comprometido con una pareja que era anterior a mi madre. Ambos se despiertan
del todo, pensando que eran ladrones quienes habían ingresado a la cocina. Los
ruidos eran cómo de voces y se escuchaba un redoblar de tambores. Mi padre
salió de su cuarto, que estaba en el segundo piso, y se dirigió al baño que también estaba en el
segundo piso. El baño tenía un tragaluz que daba a la cocina, que estaba en el
primer piso. Desde el baño uno podía ver la cocina. Mi padre se asomó y no dio
crédito a lo que vio: en la cocina, había unos cuatro o cinco enanos con
túnicas blancas y encapuchados que entonaban extraños canticos y hacían una
redondela. Así caminaban hasta que simplemente se desvaneció tal visión.
Mi padre se contuvo y pudo
manejarse. Decidió que la vasija no se podía quedar, por lo que la mandó en una
encomienda a la casa de sus padres en Cañete.
Mi abuelo también dio cuenta
de que la vasija multiplicaba las monedas que se dejaban en su interior y que
también vio a la procesión.
Mi padre asegura que esa
vasija de los gentiles, cómo así la llamaba y refería, tuvo que ver con la
muerte de mi abuelo, su padre, ya que su deceso ocurrió poco tiempo después que
trajo la vasija a la casa de mí abuelo.
Plaza de Armas de Andahuaylas, Perú
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